Lo
habitual viene siendo que, cada mañana, llegue a mi despertar el
grotesco espíritu de la muerte en vida. Me trae las imágenes más
recientes y aplastantes del peor lado del hombre, recubiertas de
invitaciones a la resignación. Para que no me levante, muerde mis
libros con sus fauces tiranas y declara en mi metro cuadrado de vida
el imperio de lo gris, imponiendo las leyes marciales de la
resignación y la distracción.
Algunos días, sin embargo, esa trasnfiguración parda, de alas vampirescas y pintas en el lomo, que no es sino proyección de una parte de mí, no se atreve a invadir los dominios de mi pereza. El ímpetu con que llega se estrella contra un cristal de vida.
Suelen ser los días en que desayuno mi música favorita, la de esos que nacieron jóvenes y siempre lo serán, la música aderezada con la sal de lo vivo, el dulce de la utopía, el picante de la rebeldía; los días en que me da tiempo, antes de que llegue el tenebroso antiángel, a pertrecharme de sones y hermanxs. Mi madriguera se convierte en un templo lleno de las cosas espirituales y las sociales, en un escandaloso museo de lo humano. Cuando, batiendo sus alas de sensatez, llega el emisario de la codicia, se topa con una muralla infranqueable, la que mantienen siete mil millones de hechiceros haciendo un conjuro común.
Algunos días, sin embargo, esa trasnfiguración parda, de alas vampirescas y pintas en el lomo, que no es sino proyección de una parte de mí, no se atreve a invadir los dominios de mi pereza. El ímpetu con que llega se estrella contra un cristal de vida.
Suelen ser los días en que desayuno mi música favorita, la de esos que nacieron jóvenes y siempre lo serán, la música aderezada con la sal de lo vivo, el dulce de la utopía, el picante de la rebeldía; los días en que me da tiempo, antes de que llegue el tenebroso antiángel, a pertrecharme de sones y hermanxs. Mi madriguera se convierte en un templo lleno de las cosas espirituales y las sociales, en un escandaloso museo de lo humano. Cuando, batiendo sus alas de sensatez, llega el emisario de la codicia, se topa con una muralla infranqueable, la que mantienen siete mil millones de hechiceros haciendo un conjuro común.
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