geógrafo, anarquista, ecologista vegano
지리학자이자 아나키즈트, 생태주의 순채식주의자
Castellano: http://es.wikipedia.org/wiki/Elisee_Reclus
Esperanto: http://eo.wikipedia.org/wiki/%C3%89lis%C3%A9e_Reclus
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Escritos montañeros
(revista Desnivel: http://desnivel.com/cultura/ecologia/escritos-montaneros-de-elisee-reclus)
Fue viajero por medio mundo. Tuvo una formación alemana, hizo viajes geográficos como los de Humboldt, subió al Pirineo como Ramond y además era primo y colaborador del pirineísta F.Schrader, a quien puso en contacto con la editorial Hachette para sus obras cartográficas. Fue montañero feliz y trabajó en la primera guía de los Pirineos de A. Joanne en 1861.
Tuvo relación con importantes círculos intelectuales de su época, como el del Castillo de Vascoeuil, directamente a través de su hermana Grace, al que pertenecía el célebre J. Michelet, autor entre otras obras famosas de un libro de divulgación o de "literatura amena" sobre La Montaña en el año 1867. Hay otros libros publicados esos años sobre la geografía de la montaña que son francamente interesantes para su tiempo, como el de A. Dupaigne, Les Montagnes, de 1873, un tratado serio y didáctico, lo que indica que había entonces ya suficientes conocimientos sintetizables y un público que los leía, porque ambas cosas hacen falta para sacar un libro sin suicidio del editor.
Historia de una montaña
Pero la obra de más intensidad sobre este tema fue la publicada por Reclus en 1880 con el título Histoire d'une montagne, en la misma editorial de París (J. Hetzel) que publicaba las novelas de Julio Verne, con cuidada encuadernación y una colección de muy buenos grabados intercalados, dando el resultado material y espiritual de un libro francamente bonito. Este escrito de lecturas geográficas destinado a una amplia difusión tiene un don superior de genialidad, de calidad de espíritu y de experiencia directa desde su primera línea que hacen de él una aportación con personalidad atrayente y que aún mantiene una contribución intemporal directamente dirigida al espíritu del lector. Por ello se reeditó numerosas veces.Como geógrafo y como montañero lo recomiendo aún con énfasis en este 2004. Se tradujo en Valencia a principios del siglo XX, editado por Sempere algo rústicamente entre otros libros del mismo Reclus, de Kropotkin, Proudhon, Blasco Ibáñez, etc., y se vendía por una peseta con el título de La Montaña. Que yo sepa, hay otra edición de 1998 en Salamanca por Amarú. Reclus fue además conocido militante anarquista, lo que se refleja en sus conceptos doctrinales y lo que también le llevó a meterse en más de un conflicto. Esta adscripción ha dado lugar a un seguimiento habitual de su obra desde una perspectiva ideológica.
Educación, esfuerzo, naturaleza y armonía eran cuatro principios básicos de su encuentro con los paisajes. La montaña y el montañismo aparecen en este sentido con cierta frecuencia en sus diferentes trabajos. Aparte de la contribución esencial de su libro específico antes citado, estos escritos dispersos son menos conocidos. Como testimonio de una actitud y como mensaje de unas ideas montañeras que aún ahora son oportunas, convendría aconsejar su relectura más allá de los motivos geográficos o políticos.
Para tomarnos al pie de la letra esta recomendación he traducido aquí algunas de esas páginas, complementarias a la indispensable Histoire d'une montagne, ya que tal vez son menos fáciles de encontrar. Añadidlas a vuestras antologías clásicas del montañismo, porque en las historias del alpinismo, que suelen ser -como tantas cosas- de circuito cerrado, no creo que podáis encontrarlo.
Subir montaña
En 1869 escribía en el libro La Terre:"¿ No nos ofrecen las montañas en un espacio pequeño un resumen de todas las bellezas de la Tierra? Los climas y las zonas de vegetación se escalonan en sus pendientes: en ellas se puede abrazar en una sola mirada los cultivos, los bosques, las praderas, los hielos, las nieves, y cada tarde la luz agonizante del sol da a las cimas un aspecto maravilloso de transparencia… En nuestros días ya no se adora a las montañas, pero al menos aquellos que las conocen las aman con un amor profundo. Escalar las altas cimas ha llegado a ser actualmente una verdadera pasión y cada año son millares los que intentan las grandes escaladas, independientemente de las innumerables ascensiones que hacen los viajeros a cimas secundarias y de fácil acceso. Los clubes alpinos, sociedades de montañeros, compuestas en parte por los sabios más enérgicos y más inteligentes de Europa occidental, se han impuesto la tarea de vencer paso a paso cada cima antes reputada como innacesible, de traer desde ellas alguna piedra como signo de triunfo y de dejar allí un temómetro u otro instrumento científico, con el fin de facilitar las investigaciones de los escaladores audaces que llegarán después de ellos. Los clubes alpinos han establecido la lista de los picos aún rebeldes, discutido los medios para alcanzarlos, provocado múltiples ascensiones, y por sus mapas, sus informes, sus numerosas reuniones han contribuido ampliamente a dar a conocer la arquitectura de los Alpes. Las compilaciones que contienen los diarios de viaje de los miembros de las diversas sociedades son incontestablemente obras donde se encuentran las más apreciables reseñas sobre las rocas y los hielos de las altas montañas de Europa y los más bellos relatos de ascensiones. En el futuro, cuando los Alpes y las demás cordilleras accesibles del mundo sean perfectamente conocidas, las memorias de los clubes alpinos seran la Ilíada de los que recorren las montañas y se narrarán las hazañas de los Tyndall, Tuckett, Coaz, Theobald y otros héroes de esta gran época de la conquista de los Alpes como se contaban antaño los triunfos de las batallas.
¿De dónde procede esa alegría profunda que se experimenta al escalar las altas cimas? En principio de una gran voluptuosidad física al respirar un aire fresco y vivo que no está viciado por las emanaciones impuras de los llanos. Allí uno se siente renovado al gustar esa atmósfera de vida; a medida que uno se eleva, el aire se vuelve más ligero; se aspira con más largos períodos para llenar los pulmones, el pecho se hincha, los músculos se estiran, la alegría entra en el alma. El caminante que sube a una montaña se vuelve dueño de sí mismo y responsable de su propia vida: no está sometido a los caprichos de los elementos como el navegante aventurero sobre los mares; menos aún como el viajero transportado en ferrocarril, simple carga humana facturada, etiquetada, controlada y expedida a hora fija bajo la vigilancia de un empleado uniformado. Al tocar el suelo, el caminante retoma el uso de sus miembros y de su libertad. Su ojo le sirve para evitar las piedras del sendero, para medir la profundidad de los precipìcios, para descubrir los entrantes y salientes que facilitan la escalada de las paredes. La fuerza y la elasticidad de los músculos le permiten franquear abismos, sostenerse en pendientes abruptas, izarse escalón a escalón en un corredor. En mil ocasiones durante la ascensión de una montaña escarpada comprende que correría un gran peligro si perdiera el equilibrio o si dejara repentinamente velar su mirada por el vértigo o si sus miembros se negaran a servirle. Es precisamente esta consciencia del peligro, junto a la felicidad de saberse ágil y dispuesto, lo que duplica en el espíritu del montañero el sentimiento de seguridad. ¡Con qué alegría recuerda más tarde el menor accidente de la ascensión, las piedras que se soltaban de la ladera y caían al torrente con un ruido sordo, la raíz de la que se colgó para escalar un muro de roca, el hilo de agua de nieve en el que apagó la sed, la primera grieta del glaciar a la que se asomó y que se atrevió a franquear, la larga pendiente que ha ascentido tan penosamente hundiéndose hasta media pierna en la nieve, y al fin la cresta terminal desde donde ha visto desplegarse hasta las brumas del horizonte el inmenso panorama de montañas, valles y llanos! Cuando vuelve a mirar desde lejos la cumbre conquistada al precio de tantos esfuerzos, descubre o adivina con verdadero arrebato el camino tomado antes, desde los valles de la base a las blancas nieves de la cima. La montaña entonces parece mirarte. Te sonríe de lejos. Es para ti para quien hace brillar sus nieves y se ilumina con el último rayo de la tarde."
Tras referirse a los beneficios intelectuales que además otorga la observación de la montaña, de las rocas, los hielos, la erosión, los bosques, las aguas, la grandeza de los fenómenos de la naturaleza, al final de la misma obra añadía Reclus:
"Los sabios también se han hecho nómadas y la Tierra entera les sirve de gabinete de estudios: es viajando desde los Andes al Altai como Humboldt compuso sus admirables Cuadros de la Naturaleza, dedicados a aquellos que " por amor a la libertad han sabido arrancarse de las olas tempestuosas de la vida"... Aquellos que recorren los Pirineos, los Alpes, el Himalaya o sólo los altos acantilados al borde del océano, aquellos que visitan los bosques vírgenes o contemplan los cráteres volcánicos aprenden, a la vista de estos cuadros grandiosos, a retener la verdadera belleza de los paisajes menos chocantes y a no tocarlos sino con respeto cuando tienen poder para modificarlos. Con alegría saludamos, pues, esta pasión generosa que lleva a tantos hombres, y añadiremos los mejores, a recorrer las selvas vírgenes, las playas marinas, las gargantas de las montañas, a visitar la naturaleza en todas las regiones del globo donde aún guarda su primera belleza. Bajo la amenaza de un descenso moral e intelectual, es necesario compensar a cualquier precio, mediante la vista de las grandes escenas de la Tierra, la vulgaridad de tantas cosas feas y mediocres de la civilización moderna. Es necesario que el estudio directo de la naturaleza y la contemplación de esos fenómenos sea para todo hombre completo uno de los elementos primordiales de la educación; es necesario también desarrollar en cada individuo la destreza y la fuerza muscular con el fin de que escale las cimas con alegría, mire sin temor los abismos y guarde en todo su ser físico ese equilibrio natural de las fuerzas sin el cual no se perciben nunca los más bellos lugares sino con velo de tristeza y de melancolía".
Y en una de sus obras mayores, El Hombre y la Tierra, abogaba al fin de su vida por mantener la inicitiva ejemplarizante de subir montañas:
"Es seguro que ningún Jacques Balmat hubiera ascendido al Mont Blanc si no hubiera existido un De Sausure para impulsarle a esta obra".
En este sentido todos hemos sido algunas veces Balmat y otras De Saussure.
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